miércoles, 4 de febrero de 2009

Un asunto familiar (4)

Jorge Sarquís

Recompuesta la figura presidencial y con todos los presentes de pié, el profesor se acercó a Juvenal, lo miró de pies a cabeza; el peón vestía la camisa azul de manga larga del uniforme en el CIMMYT, pantalones de mezclilla parchados en ambas piernas a la altura de las rodillas y unos huaraches casi acabados. Grajales dejó caer el brazo izquierdo sobre el hombro derecho del reo esposado y le habló con lo que pareció un tono de compasión fraternal: -Juvenal, Juvenal, en tremendo lío te has metido hermano. Luego, como repentinamente poseído por un ánimo histriónico incontenible, agitando los brazos en el aire le espetó a la cara:
-¡¿Pero tú te crees que a mí me faltan problemas en el pueblo?! Con todas la necesidades de la gente, ¿viste a todos los que están esperándome allá afuera?, tú sabes bien desde qué horas me están esperando algunos de ellos Juvenal, todo lo que tuvieron que gastar y viajar para venir a ver al alcalde con sus peticiones. Yo hice muchas promesas de campaña y tengo muy poco tiempo para cumplirlas, el hueso no dura más que tres años hermano; no necesito perder mi tiempo en conflictos familiares. Luego de una breve pausa -¿dónde está el perro que ocasionó todo esto?, -preguntó de la nada al comandante; los policías se volvieron a mirarse unos a otros completamente confundidos.
-Julián, ¿Dónde está el animal que lastimó a la niña?, repitió Grajales pausadamente. El comandante frunció el ceño y se rascó la nuca, nuevamente volteó a ver a sus subalternos, quienes se encogieron de hombros. Los puños en la cintura, Grajales cuestionó amenazante:
- ¿Quieren decirme que no prendieron al autor material del delito? ¡Se me van en este momento a buscarlo y donde lo encuentren ahí mismo lo fusilan y me traen el cadáver! -ordenó furioso- comprenderás Juvenal que el perro tiene que morir, concluyó. – ¡Vamos! ¿Qué esperan? Los policías dudaron un momento, luego, con un gesto Julián reiteró la orden y los policías dieron vuelta y salieron de la habitación, entonces Juvenal, que se había mantenido impasible con la mirada en el piso, levantó la cara y enfrentó al alcalde.
–Beto, que no toquen al perro. Grajales sintió que lo tenía.
-¿Prefieres ver morir a tu sobrina?
–Ella lo provocó, pa´que se mete al patio, dijo el reo con calma.
–¡Eso no tiene gracia! Mira Juvenal, dijo en tono de una paciencia que le costaba trabajo tener, -quiero ser comprensivo contigo: el ingeniero Álvarez tiene aquí cuarenta minutos intercediendo por ti; ¡rogándome que te deje ir!, a pesar de que no tiene la más puta idea de la clase de ficha que eres. Mariano abrió los ojos sorprendido.
-Julián, asegúrate que encuentren al perro y llévaselo al veterinario para que lo tengan en observación…
–No tiene rabia, interrumpió Juvenal con toda calma; Grajales estalló colérico:
-¡Con un carajo! ¿Quieres que le vaya a besar el culo por lo que hizo? ¡Pendejo, debería yo agarrarte a palos a ti!, gritó Grajales taladrando con la mirada al prisionero; llevándose las manos al rostro se volvió hacia el comandante otra vez, -saliendo de aquí te vas por el perro Julián, reiteró la orden, el comandante asintió con la cabeza.
-¿Qué esperas de mí Juvenal, eh? ¿Hasta cuándo se va a acabar ese infierno en el que vives? ¿Por qué tiene que ser Gudelia la que se largue? Lárgate tú si tanto la odias. Mira Juvenal, sólo porque el ingeniero Mariano me lo pide y está dispuesto a dar la cara por ti, te voy a proponer algo; escúchame bien, porque no te lo voy a repetir; y te hago esta oferta única, válida sólo por lo próximos tres minutos, si no aceptas, te quedas en la cárcel y dejaré que proceda la demanda en tu contra. Te aseguro que el ministerio público no va a ser tan consecuente: estoy dispuesto a dejarte ir en este momento; puedes irte de aquí directo a trabajar Juvenal, te vas con tu jefe; a cambio, haces conmigo tu más serio compromiso de que el viernes te presentas con el juez aquí en la presidencia a las diez y llegas a un acuerdo con tu hermana para vivir en paz. El ingeniero te va a ayudar a responder por todos los gastos médicos de la niña y te concede el permiso del viernes para faltar sin descontarte el día, ¿correcto ingeniero?, preguntó sin voltear la vista. Mariano asintió.
-Ya viste Juvenal, te queremos ayudar. El rudo campesino dijo con rabia contenida: -no tengo nada que decirme con esa puta…
-¡Juvenal!, lo increpó Mariano, ¡No empeore usted las cosas!
–Cálmese ingeniero, -intervino el alcalde- Juvenal, sé que los problemas con tu hermana son viejos, por eso creo que es tiempo de que los resuelvan, ni el ingeniero ni yo somos quién para decirles qué hacer, pero o hablas con ella o te esperan algunos años de cárcel; piensa, ¿Eso quieres?, ¿Qué va a ser de tus hijos y tu mujer mientras estas en la sombra? ¿Quieres que Gudelia se quede con todo el terreno?, preguntó entrecerrando los párpados, como afinando puntería; -porque en eso va a parar el asunto si tu padre, Dios no lo quiera, muere en tu ausencia, -añadió. Juvenal levantó lentamente la cara y miró afuera de la ventana: como iluminado por un breve instante con la luz del entendimiento, declaró con fría calma: -nos vemos el viernes a las diez Beto. Mariano no pudo evitar un suspiro de alivio.
–Te estaré esperando hermano, quítale las esposas Julián, ordenó Grajales y los encaminó a la puerta; volviéndose a él, Mariano le dijo emocionado: -¡gracias Profesor! Se despidieron estrechando las manos los tres. Tan pronto como hubo cerrado la puerta, el profesor apretó las manos frente al rostro y sonrió más que complacido, -¡a huevo que así tenía que ser! -se dijo a solas, satisfecho.
Para leer completo "Un asunto familiar" consulte lo anterior:
Parte uno:
Parte dos:
Parte tres:

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